La
lactancia materna permite tener al niño en contacto físico estrecho, lo que
según algunos estudios favorece en el
futuro la independencia del niño al incrementarse su autoestima. Los niños que son amamantados
desarrollan mejor la confianza básica que se da durante el primer año de vida,
y que influirá en su forma de relacionarse con los demás en su vida adulta.
Este llamado vínculo afectivo se crea los primeros años de vida
y son esenciales en la construcción de nuestra identidad y nuestro equilibrio
emocional. Aunque el niño o la niña al nacer dependa totalmente de sus
cuidadores, a medida que crecen y se hacen más autónomos siguen necesitando su
afecto y apoyo incondicional. La imagen que vamos construyendo de nosotros
mismos es el reflejo de lo que nuestros seres más queridos nos devuelven y
condiciona las relaciones que tenemos con los demás, nuestra autoestima y la
forma de afrontar los problemas. Un vínculo afectivo sano con tu hijo o hija
garantizará relaciones futuras de confianza, procurará en el niño o niña mayor
seguridad en sí mismo y servirá de “salvavidas” cuando surjan los conflictos.
Permite que el niño o la niña desde pequeño desarrolle esquemas mentales en los
que asocie a sus padres con sentimientos de seguridad, afecto y tranquilidad,
percibiendo así el mundo como un entorno amable y poco amenazante.
Esto va
absolutamente en contra de la idea muy extendida en España de que a los niños
pequeños no hay que cogerlos en brazos “porque se acostumbran mal”. Los niños
en el regazo de la madre o en brazos del padre se sienten seguros y protegidos y eso favorece su desarrollo. Contrariamente a la creencia relativa
a que el amamantamiento extendido acentúa la dependencia del niño hacia la
madre, éste realmente influye positivamente en la confianza del niño/a en sí
mismo, condición básica para el crecimiento social.
Lactancia materna y desarrollo cognitivo.
Se ha hablado
también de la relación entre lactancia materna e inteligencia.
Guiándonos
por los estudios más recientes, encontramos el realizado por J.W Anderson y
cols. en 1999 cuyo objetivo fue realizar un metaanálisis de diferencias
observadas en el desarrollo cognitivo entre niños alimentados a pecho y niños
alimentados con fórmula. Otros estudios parecían sugerir que las diferencias
podrían deberse a otras variables como el status
socioeconómico o nivel de educación de la madre. Según la
investigación llevada a cabo por estos autores, los resultados dicen que la lactancia materna está
significativamente asociada a puntuaciones más altas en el desarrollo cognitivo
en comparación con la alimentación artificial, independientemente de los factores
asociados. Incluso concluyeron que los bebés prematuros alimentados a pecho se
benefician aún más que los bebés de término.
Muchos estudios en la literatura
médica y psicológica han examinado la relación entre la lactancia materna y el
desarrollo intelectual.
Angelsen N y
colaboradores concluyeron en 2001 que un mayor tiempo de
lactancia materna beneficiaba el desarrollo cognitivo de los bebés.
Para este estudio compararon a niños que no habían
llegado a los 3 meses de lactancia materna, a los que se quedaron entre
los 3 y los 6 y a los que fueron amamantados 6 meses o más. El
resultado fue que aquellos que fueron amamantados más tiempo obtenían mejores
puntuaciones en los tests cognitivos realizados a los 13 meses y a los 5 años.
La mayoría de estos
estudios han comunicado un efecto positivo de la lactancia materna en la
evolución cognitiva del niño . Otros estudios no han encontrado
ninguna ventaja sobre el desarrollo intelectual. Probablemente los
resultados que se aporten derivados del estudio de Kramer sean de gran
valor para poder establecer la relación existente entre la lactancia materna y
el desarrollo cognitivo del niño o niña.
-Lactancia materna y ajuste psicosocial
El estudio
realizado por Fergusson y Woodward que se titula “Lactancia materna y ajuste
psicosocial” . Se examinó una muestra de 999 casos. Se estudió su ajuste
psicosocial entre los 15 y 18 años. Fergusson y colaboradores
mostraron que los niños de 15 a 18 años que habían sido amamantados durante
más tiempo presentaban mejores niveles de apego a sus padres y consideraban a
sus madres menos sobreprotectoras, pero que se ocupaban más de su cuidado, si
se les comparaba con jóvenes que hubieran sido alimentados con leche de fórmula.