Ser
padre o madre no es una tarea nada fácil y la mayoría intenta hacerlo lo mejor
posible evitando patrones de su propia crianza con los que no está de acuerdo,
o incluso repitiéndolos ante su asombro. Antes de nada, calma. El hecho de que
estés en esta charla indica que algo te remueve por dentro, que tienes
inquietud por mejorar como padre o madre y sobre todo, que quieres a tu hijo o
hija y esperas que sea feliz a tu lado.
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El
niño o la niña entiende el dolor y la humillación que provoca el cachete o el
insulto y lo asocia a que si no acata las órdenes, se le castiga de esta
manera. Sin embargo, el castigo físico se ha demostrado que no es eficaz y, lo
que es peor aún, el niño aprende que amor y violencia pueden ir de la mano, que
cuando soy más fuerte puedo ejercer el poder sobre otro para imponer mi
voluntad, que la inmediatez de la fuerza es más útil a la opción del diálogo y
el establecimiento de límites.
Es
verdad que la opción del diálogo y el establecimiento de límites requiere más
esfuerzo, tiempo y dedicación, pero los resultados son muy positivos: ¿no vas a intentarlo?
Para
empezar, tenemos que caer en la cuenta de que tanto educar con autoritarismo
(aquí mando yo), como con demasiada permisividad (dejando que el niño o la niña
haga y deshaga a su antojo o comprándoles todo lo que quieren para que nos
dejen en paz), tiene consecuencias perjudiciales para ellos, para la familia y
para el conjunto de la sociedad.
El
estilo autoritario trata de enseñar con límites impuestos por el miedo, sin
espacios para razonar, dialogar y entender. El permisivo se desentiende de dar
pautas y de enseñar lo que es correcto y lo que no, de respetar los derechos de
otros y los propios. Uno, prepara ciudadanos sumisos o agresivos, personas a
las que no se les enseña a razonar, a cuestionar o a tener criterio propio. El
otro, contribuye a crear ciudadanos egoístas, que muestran
bajas dosis de empatía y falta de solidaridad
o respeto por el bien común.
Existe un
camino alternativo: la educación asertiva, que parte de comprender que nuestros
hijos son personas singulares, con cualidades propias, distintas a las
nuestras. Respetar su ritmo, su proceso evolutivo y actuar en consecuencia,
proporcionándoles amor, seguridad y autoestima, y guiándoles con normas y
límites, son las bases de esta propuesta de crianza.
El presente de
los niños forja el futuro de su personalidad y de sus códigos de conducta
cuando lleguen a la edad adulta.
El niño o la
niña tiene mucha curiosidad y gran capacidad de aprender. Absorben como
esponjas nuestros gestos, muletillas, forma de hablar y también nuestra forma
de resolver los problemas. No podemos exigir ni esperar que nuestros hijos se
comporten de manera diferente a como lo hacemos nosotros, somos sus guías y
referentes, tanto en lo bueno, como en lo malo.
Podemos
ofrecerles el mejor ejemplo con la manera en que les educamos, les guiamos y
protegemos: con respeto, diálogo y confianza mutua.
Claves para solucionar los conflictos
Solucionar
problemas de manera pacífica exige un ejercicio de autocrítica, de explorar
nuestras motivaciones y debilidades y de honestidad con nosotros mismos y con
el otro. Requiere desplegar herramientas de comunicación útiles como:
•
La escucha activa. Tratar de entender lo que el otro quiere decirte aunque no
compartas su punto de vista.
•
Mantener un clima de respeto y cordialidad. Jamás emplees actitudes agresivas como insultos, reproches o amenazas: extreman las posturas de las
personas enfrentadas y crean un
clima muy desfavorable.
•
Negociar. Hay que buscar salidas al problema y, seguramente, todos tendréis que
ceder en algo y asumir compromisos.
No
se pueden justificar las respuestas violentas pensando que son inherentes a
nuestra naturaleza y que por ello son inevitables. Reaccionar de manera
violenta es la vía más rápida y fácil, pero no la única posible si contamos con
alternativas o herramientas para manejar la frustración que experimentamos ante
los problemas y buscamos soluciones eficaces para resolverlos.
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