Como
seres sociales, las personas necesitamos aprender una serie de normas que nos
permitan vivir con los demás. Decir no al castigo físico no significa pensar
que no vamos a enseñar normas e imponer límites a nuestros hijos e hijas.
Las normas son una parte necesaria del proceso
educativo. A partir de ellas no sólo se regulan los
comportamientos permitidos o censurados sino que se les ofrece a los niños una
serie de elementos de contención que les permiten dar estabilidad y coherencia
al mundo social en el que viven.
La
finalidad de las normas es la de permitir que los niños y niñas las hagan suyas
mediante un proceso crítico. Así podrán incorporarse cuanto antes al mundo de
los adultos contando con las normas de sus mayores y a la vez con sus propias
visiones y aportaciones.
En este
sentido el castigo físico se muestra una vez más ineficaz. Al no permitir el
razonamiento, al estar reñido con el diálogo, al sustentarse en la diferencia
de fuerzas entre adulto y niño, el castigo físico no enseña a ser independiente
y autónomo. Obliga a una
obediencia ciega, obliga a la sumisión y obliga a la dependencia.
En
ocasiones se piensa que el castigo físico es necesario porque no hay otros
procedimientos para generar disciplina. Es un razonamiento equivocado. Hay formas de enseñar normas que no
implican castigo físico. La instrucción y el diálogo han de ser norma en las relaciones familiares. Marcan las
diferencias respecto a la disciplina autoritaria:
• Las normas se
basan en razones conocidas y
consensuadas entre padres e hijos.
• En aquellos
casos en que el consenso no sea posible, los padres y madres explican y razonan las normas de la forma más comprensible para el niño o la niña.
• Las actuaciones han de ser educativas, no fruto de la comodidad.
• Las razones
argumentadas han de ser por el bien común de los niños, niñas y adultos.
• Padres e hijos estarán dispuestos a
cambiar y adaptar las normas si lo
consideran oportuno.
En la toma de decisiones, se debe respetar y tener en cuenta la opinión de los niños y
las niñas.
• Las
decisiones deben tener una mínima
estabilidad para facilitar la convivencia familiar.
• Los padres deben tomar la última decisión,
si desean cumplir su función protectora y educadora.
• Se debe fomentar en padres e hijos la capacidad de anticipar
las consecuencias de sus actos
• Una
vez realizados, hacer a los niños responsables
de sus actos, no culpables de sus equivocaciones.
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